martes, 11 de septiembre de 2007

El cuerpo de los cielos (cuento)




(3º Premio Certamen Nacional de Narrativa)

1978. Domingo. Hora 11. Costa al sur de la provincia de Buenos Aires.

Era mentira que el cuerpo lo haya encontrado el insufrible de Tino. Fueron las hermanitas Reyes quienes lo hallaron esa mañana, a la orilla de la playa. Lo sé, porque estuve allí. Lo que pasó, fue que, mientras la jóvenes paseaban su hastío a esa hora de la mañana, Tino las observaba desde las dunas con la excusa de buscar algún objeto perdido entre la basura que tira la gente. Enloquecido bajó hasta las chicas y les apuntó con un dedo sucio, !Chito,eh...! Al muerto lo encontré yo...!- dijo amenazante, mientras saltaba como un resorte y se perdía rumbeando hacia el camino largo. Esta vez no lo acompañé. Prefería estar junto a las jóvenes, aunque no sabía bien si tiritaban por el fresco de la mañana o el miedo a los hechos que sobrevendrían. Serían horas de larga espera, muchas horas de estúpidas preguntas y futuros días de escasas respuestas. ¿ Y para qué? Para nada. Porque todos sabían la verdad de la cosa. Pero, bueno. Yo preferí husmear entre las ropas. Miré de cerca el cadáver y lo saltee varias veces. Yo nunca tuve asco. Siempre me dominaba la curiosidad. Si alguien andaba a los gritos o insultos conmigo, me abría por un rato y volvía al ataque.



Mientras la mayor de la hermanas se recriminaba por su mala suerte, la menor vomitaba detrás de un pastizal. Suerte que esa playa era sucia y poco concurrida. Lo que dije. Yo sabía como iba a terminar esto porque ya lo viví varias veces. El torpe de Tino correría por el camino largo hasta el pueblo donde pediría permiso para hablar con el intendente.¿Cómo y por qué lo iba a atender? Por el código. Ese código que sólo lo conocían unos pocos, los que manejaban los asuntos como este. El intendente llamaba al jefe de policía, el comisario al alcahuete de Perea, un agente adulón que le comunicaría por lo bajo al jefe de bomberos y a Cuatrocchi , un médico contratado que hacía las veces de forense. El resto se enteraría minutos después. Era un círculo medio cerrado que ese día se convertiría en un circo más que grotesco. -¡Discúlpeme, intendente!.- le diría la sirvienta- pero, afuera está el pesado del Tino...y dice "que los cielos se abrieron". El pobre hombre se agarraría la cabeza e insultaría por lo bajo. -¡Que puta suerte, carajo!- Decíle que se vaya, y que ya sabe adonde..- La empleada, lo tomó por el lado despectivo, pero era en sí , una orden. Y el tarambana sabía donde ir. ¡A ver, Perea..! -Diría el comisario.-¡Conseguíte un par de bicicletas que voy a mover los huesos..! ¿Y por qué dos..? -preguntaría el adulón con sorna.-¡Porque venís conmigo..!! Orden del médico..! Como bicicletas no tenían, montaban cualquier cosa parecida que se apoyara en la pared. A nadie le interesaba, si días después en el periódico local, el encabezado decía: "Aparecieron abandonadas bicicletas robadas en plena Comisaría". Eran las reglas de juego de esos tiempos.



El intendente, tipo grandote, con cara de pocos amigos y desconocedor de los buenos modales, vendría por el camino largo con su chofer. A éste, lo mandaría de vuelta y él bajaría por un camino entre las dunas hacia la playa. El asunto, según decían, era no molestar "el avispero".
-¿Lo ridículo?. Ver llegar al comisario y a su agente en los rodados, casi siempre, viejas bicicletas con canastos destartalados y para colmo, bicicletas de mujer. Eso lo enfurecía . ¡Hay que ser boludo, hombre..! - Caramba, ¿Cuándo nos vamos a organizar?- Mientras hacía lo posible para que sean llevaderos esos momentos, las chicas cada tanto me llamaban la atención o hablaban por lo bajo.
Más se poblaba el lugar, más impaciencia se respiraba. Cuando el intendente vio el cuerpo de cerca, éste se movía a gusto y placer de la marea.-¿Nadie lo tocó, no..? De tocarlo, ni hablar. Eso era exclusividad de Cuatrocchi. -¿Alguien lo conoce al finado...?- preguntó el comisario. Era la gran pregunta para dar una orden capciosa. ¿Le avisaron a doña María, jefe?. Doña María era la curandera del pueblo. Si ella no lo conocía, no lo conocía nadie. - Che, Perea, ¿Le avisaste a la vieja...?- El agente asintió con la cabeza, mientras empalidecía al ver el cadáver en estado de putrefacción. Cuando el jefe de bomberos llegó acompañado con el cuartelero en una pick up privada, salvo las chicas, nadie se sorprendió que vinieran con las manos vacías. La escena era repetitiva; el que llegaba veía el cuerpo con más miedo que sigilo, con más curiosidad que profesionalismo y terminaba de espalda y a las arcadas. Fue una de las chicas quien preguntó porqué nadie traía una camilla o manta para cubrirlo.-¡Ya estamos en eso, nena!-dijo el intendente atado a las estrictas reglas que ellos mismos habían creado y, no faltaba mucho para que se pudriera el misterio.



Resultó que Cuatrocchi cumplía años y la mujer no le daba permiso para salir hasta después de la sobremesa. El comisario lo sabía y se tragó el sapo .
El intendente estaba furioso -¿Qué pasa que el cura tampoco viene, carajo...? -protestó. -¿Pero miró la hora, compañero?-respondió el jefe de bomberos. Era domingo y el cura estaba dando la misa. El, también fue siempre parte del circo. -¡Padre, padre....-murmuraba el monaguillo con iglesia llena-¡Hay un hombre que le hace señas como un loco...-
El curita, un tipo calvo y debilucho, miró al infeliz. Tino, haciendo gala de su pésima condición de mimo revoleaba las manos; techo y piso, techo, garganta y piso, piso, techo y garganta. El cura fue más sencillo. Le hizo dos señales; la de la cruz y ¡Rajá! Quedaba avisado. Tino salió a los empellones.
Gaspar era el presidente de la cámara de comerciantes del pueblo y llegó a duras penas de la mano de sus hijos de cinco y siete años. -¿No dijeron que teníamos que disimular?-dijo jadeante con total inocencia.
En vano cabía alguna recriminación.-!Es domingo, así que no me jodan...!- El desorden ya era amenazante y había que tomar medidas. Sin médico forense no podían mover el cuerpo. Bueno, podían hacerlo, pero esta vez había testigos: la dos chicas. Habría que traer una camilla y llevarlo hasta el hospital. Demasiados curiosos.



La idea fue siempre guardar el secreto. A nadie le gustaba meterse en problemas si estaba ocurriendo, lo que siempre sospecharon. Sí, mejor que el avispero siga dormido.
Debiéramos estar de acuerdo con que el hombre es un ser tan incrédulo como inocente, que pone sus ideas al servicio de su ego. -Estamos como para rascarnos, ¿no, intendente? -dijo el comisario mirando su reloj. Todos esperaban una idea brillante para sacarlos del atolladero; un muerto, domingo al mediodía, la selección jugaba un partido amistoso por la tarde, algunos testigos, y encima Cuatrocchi era un dominado.
-¡A ver, vengan para acá, tenemos que discutir los detalles..!-ordenó con firmeza el intendente. Era ese tipo de deliberaciones de la cual sólo participan los que tienen alguna jerarquía para poder demostrar, vaya a saber que cosa. Si yo lo sabía, es porque lo viví antes, en serio. -¡Vayan ustedes dos y traigan todo, ¿estamos? -
Los que corrieron entre las dunas, subieron a la pick up y tomaron el camino largo hacia el pueblo eran los de siempre, Perea y el cuartelero. En media hora volverían con el tablón, un par de caballetes, una docena de sillas y algo para comer. -¡Qué el asado sea tierno, eh...!! Y una frazada para tapar al finado, carajo...! gritó el jefe de bomberos mientras me miraba con recelo. Estaba salvado. Al parecer contaban conmigo.
Entonces llegó doña María, la curandera que, por culpa de la artrosis, la pobre se movía con dificultad ayudada por un bastón que se clavaba en la arena y la hacía renegar como a una loca. Menos mal que la sostenía de la cintura una sobrina, que justo estaba de visita ese fin de semana.



Creo que fue al intendente que se le escapó "su puta suerte" cuando casi ligo un escupitajo del comisario si no hubiera estado atento. Todo se pudría más, encima, nadie conocía al muerto. La curandera después de mirar el cadáver, balbuceó unas palabras por lo bajo como rezando y terminó el ritual con la señal de la cruz. Se dio vuelta con dificultad y retó al intendente porque estaba fumando.¿Dónde quedó el respeto, caramba.
En ese momento, lo recuerdo bien, alguien apareció por el sendero entre las dunas y se acercaba ajeno a todo. Era un hombre robusto, de estómago abultado, que traía su torso desnudo, lleno de pelos y camisa de chofer en una mano. Como todo curioso, miró de lejos e intentó irse más rápido que cuando vino. Pero las reglas eran tan claras como falsa la cordialidad. El problema potencial, era el camión sobre el camino largo. Para ellos; "camión igual a bandera de remate" El camionero se negaba a moverlo si él no lo manejaba. Además nadie se atrevía a acompañarlo. Podrían pensar que uno quería rajase para no volver. Fue cuando lo invitaron a comer "un asadito".
Para el pobre hombre era como la eucaristía, el principio de la última cena, pero a pleno sol. No era todavía mediodía cuando los chicos comenzaron a fastidiarme con su actitud y doy gracias a mi discreción, por no perder la postura de mero observador.



Las chicas, incluyendo la sobrina de doña María, se separaron de los mayores y se apoyaban mutuamente por el mal trance que les tocaba vivir. Gaspar, el comerciante, repartió su tiempo entre preparar el terreno para hacer el fuego y comparar los precios de flete con el camionero.
El chofer ya dudaba si estaba despierto o era una pesadilla de la cual rogaba salir ileso. Dicen que todo tiene su causa y efecto, incluso la tragedia. Tal vez por ello, Reyes, el padre de las hermanitas y temiendo lo peor por la demora, apareció con la cara larga, con un par de sillas en cada mano. Atrás venían el agente cargado de paquetes y el cuartelero, con un tablón sobre los hombros. Ya era un secreto a voces. -¡Sí, se pudrió todo..! se dijeron el intendente y comisario con una rápida y ácida mirada. -¡Salí a buscarlas y los muchachos me contaron todo...!
La curandera estaba sentada en un montículo de arena, como no había sombra renegaba del calor. Su aspecto despatarrado era tragicómico. Lo primero que hicieron después de respirar profundamente, fue retirar el cadáver unos metros fuera del agua y cubrirlo con una manta.
Mas tarde, mientras las mujeres preparaban la carne y buscaban el mejor lugar para montar los caballetes, y que los hombres empezaran a especular sobre los resultados del próximo mundial, el increíble adelanto de la televisión en colores y la Argentina que tenía un gran futuro, yo miraba en el horizonte, un avión de la fuerza aérea que cruzaba el inmenso océano como pájaro de mal agüero. Desde ese momento, nadie más se acordó del muerto.
Faltando poco para la sobremesa, llegó Tino, entre agitado y furioso, sacó a relucir su baja estima. -¡Claro, soy el rey de los tarados. ¿no? ¡Siempre me dejan afuera..!. Como la única respuesta era un coro de risas, el insistió.-Total, ¿No soy el boludo del pueblo?. Cuando lo calmaron, ya nadie comía salvo el angustiado Tino y yo, que hacíamos honor a las sobras. El tablón había resultado chico y algunos siguieron la conversación de para do, pero todos sabían que se podía hablar de todo menos de política.



-Doña María, la veo cada día mejor... créame -mintió el intendente mientras ella pretuntaba cuanto iba a durar esta parodia. -¿Cuatrocchi..? ¡El "tordo" además de dominado, es un cornudo..! -remarcaba el jefe de bomberos al comisario que estaban "calentitos" por la tardanza. -¡Fede.!! Lalo..! - Gaspar, llamaba la atención a sus hijos,-¡Dejen en paz al finado...! Pero ninguno le hacía caso y seguían saltando una y otra vez sobre el cuerpo desconocido. -Hago Comodoro-Buenos Aires, pero vivo en La Matanza- trataba de congraciarse el desorientado camionero con el comisario.
-¡Lo que pasa, es que el cura se puso exquisito..! - metía la cuchara Tino, mientras el papá de las chicas intentaba calmarlas para que no rompieran a llorar. No miento. Más o menos no habría pasado una hora, cuando llegaron Cuatrocchi y el Padre Mario. Era demasiado tarde. El avispero no pudo ser controlado y el infierno se había desatado.
Para estacionar el auto, tuvieron que caminar como trescientos metros y la"vuelta al perro" era incesante. Para encontrar a sus amigos estrategas buscaron, desde las dunas más altas algún punto de referencia en medio del gentío. El tablón ni se veía, había sido superado por el amontonamiento. Lo mismo le pasaba al cadáver. -¡Padre, devuelva la pelota...! - gritó un muchacho en medio de un improvisado torneo de voley playero. -Mi mujer tiene razón, no sirven para nada...- se dijo Cuatrocchi mientras el cura le agarraba de la mano para no caer en estado de pánico. -Solo Dios sabe si habrá elección de reina..-alcanzó a murmurar el curita. - ¡Doctor Cuatrocchiii..! ¡Ehh, Padre, por aquí...! gritó el vendedor de golosinas que hacía su negocio y a la vez de improvisado Cuando llegaron al lugar de reunión, el intendente estaba furioso. -¡Decíme, Cuatrocchi, ¿Sos o te hacés? -¡Hay que ser desgraciado para tener un muerto domingo por medio, ¿no le parece, intendente? El comisario se la agarró con el sacerdote: ¡Padre, hay que ponerse las pilas, ¿no le parece?- -Lo que me parece,-respondió el cura- es que alguien me quiere joder la vida .¿No serás vos?.



Desquiciado, el comisario sacó de entre sus ropas una pistola 45 y apuntó hacia cualquier parte.-¡A mí tampoco me van a cagar la vida, carajo..!- gritó desafiante a quien quisiera oírle. El disparo, que sonó seco, me estremeció todo el cuerpo, al tiempo que me agazapaba en medio de tanta locura. Y no fui yo quien salió corriendo. El desparramo de los curiosos no dejó lugar sin pisotearme.-¿Quieren disciplina? ¡Aprendan, mierdas...! vociferaba el comisario enloquecido justo cuando apretaba otra vez el gatillo. El segundo disparo trepidó tan cerca que quedé paralizado. Después me enteré que fue el intendente quien le pegó un puñetazo en plena quijada, dejándolo pasmódico y boquiabierto en la arena.
Para entonces, reinaba el desconcierto. La pequeña playa, de las dunas moldeadas por sueños y voces durante cientos de años, donde las parejas hallaban la calma para saciarse con tanta luna, era un lienzo digno de puro surrealismo. Quienes vinieron a aquietar su curioso morbo ante un cuerpo en plena descomposición , lo habían logrado. Lo cierto fue, que los cielos se abrieron estigmatizando a futuras generaciones.
Poco después se escuchó la voz desgarrada de Cuatrocchi.-¡No veo, no veo...!-¡Dios mío, estoy ciego...estoy ciego.!- El cura sentado a la buena de Dios, que primero no hacía otra cosa que persignarse, entró en shock y quedó petrificado. María, la curandera, que se arrastraba con el corazón en la boca, tanteaba con las manos enterradas en la arena buscando el bastón perdido. Cuando lo encontró, fue toda furia contra el comisario. -¡Policía del demonio, tenía que ser..!-gritaba bastoneando El intendente, ya harto, le alcanzó los anteojos de gruesos marcos y vidrios rotos a Cuatrocchi y lo llevó a los empellones donde estaba el cadáver, dándole patadas en el trasero. La frazada, en medio de desorden, había sido robada y ahora el cuerpo estaba boca abajo. -¡Un verdadero desastre, carajo...! ¡Ponete a trabajar, cagón de mierda...!



Cuando todo se calmó descubrieron que los testigos habían desaparecido. Solo quedaban las autoridades y el malmirado de Tino. Doña María se iba como había llegado, sufría y bajaba santos ayudada por su sobrina . -¿Yo? Yo los observaba desde lejos, expectante.
El pobre de Cuatrocchi trabajó sobre el cadáver sin quitarse el pañuelo que apretaba contra la nariz y la boca. Acepté el silencio que flotaba en el ambiente como un signo de beatitud. Emocionalmente quebrado, vomitó por unos minutos y rompió a llorar. La destrucción y mutilación del cuerpo era total. El alto grado de abrasión de piel mostraban signos de mordeduras y de quemaduras eléctricas. No había agua en los pulmones. Sus pies y manos ya no estaban atadas. Ese hombre de unos 20 años, era una masa amorfa de piel abierta cubierta de parásitos y de huesos molidos.
El intendente ensayó un abrazo pasándole la mano sobre los hombros al pobre Cuatrocchi, y preguntó con bronca contenida, ¿Es un cuerpo de los cielos, no?- Yo siempre dije, que los hércules sobrevolando la zona eran pájaros de mal agüero. El padre Mario rezó una plegaria arrodillado mirando hacia arriba e imploró piedad.
Corrí hasta la orilla y me mojé la cara con el agua salada. Me vinieron arcadas y no supe a quien culpar de mis temblores. Tino me pegó un silbido y lo seguí. Tino era mi único amigo. Chapotee con las patas el agua y me alejé mirando la puesta de sol. Lástima -me dije- que no distinga los colores. Atrás, levantaban el cadáver que terminaría olvidado en una fosa común.
¡Que vida de perros la de los hombres..!




Norberto Aige Marinelli


(Derechos Reservados)

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