jueves, 20 de septiembre de 2007

Bertha, de la tendencia a la repetición


(2º Premio Nacional de Narrativa-Arg-2003)

Ahora entras la baño por el vado de la intimidad prejuiciosa. Frente al espejo inflexionas tu cara. Te palpas de mamas. Te pones el camisón. En la bacha quedan dos lágrimas y demasiado pelo. Sabes que mi agresividad y tu prédica son contradictorias., que en tus cuatro paredes no estoy confinado y que sólo sigo mis propias leyes de autocompasión. Te metes en la cama y te mueres otra vez.
Amas la lectura. No te incomoda ese rito nocturno de apilar libros y diseminarlos bordeando el pie de la cama. Según tus reglas, algunos serán releídos en la mañana como toda reparación que necesita de una actitud voluntaria.
Me temes. Yo admiro tus silencios. Me incitas ignorando que las horas contigo me llenan de abundancia.
Tu juego. Un lapso de quince minutos para releer hoy a Emerson: “finjo distraerme con lo que veo o con las ideas que leo, pero realmente, no me distraigo…” Pessoa también cayó de contratapa y es su turno: “·…este episodio imaginario que le llamaron realidad…” Luego, de tu casa a la biblioteca, de la biblioteca a tu casa. Traes, cuidas, arreglas y te moran mundos llenos de palabras. Mido tus pisadas. Enebro tus cadencias. Te observo aferrada a la carosis de la tarde sobre el ripio que esconden siglos de tierra recalentada.
Es la hora de la siesta, cuando se la mitiga previa ojeada tras los visillos de una medrosa ventana. Ir juntos por la calle principal. Querer ocultarnos del sol a sabiendas de que se la riega al atardecer, para que los habitantes del pueblo puedan desafiarme al calor de la noche.
Un puente remodelado es el único ingreso a la otra civilización; una especie de puerta asfaltada con esmero para tomar el camino largo a la conquista de los sueños como lo hicieron otros cientos, otros miles. Los que nunca regresaron.
Te conozco. Así como en la selva numerosas plantas buscan la luz adaptándose morfológicamente para llegar a las zonas iluminadas, así eres tú, Bertha…

Cuando estamos impregnados al cansancio de la tarde, siempre te acuerdas de la lluvia, de la chasca, de tu enmarañado pelo suelto. Por capricho geográfico, la laguna lindante al arroyo sew fue secando. Por esos años, una tala devastadora obligó a deponer toda censura. Eres parte de casi nada.
Colonia de inmigrantes, descendientes de alemanes y austriacos ordenados, consecuentes de su cultura, nunca entendieron el infesto con la criolla, a la resultante, mestizos entre creyentes protestantes y supersticiosos, trabajando por lo que le dan, teniendo a febo como único testigo. Esa caterva siempre me nombra, como un castigo misericordioso cercano a la tortura por querer seguir respirando.
Villa La Merced; pueblo con historia con gente sin lectura. Semidesierta, los animales abusan apretujados en hilos de agua de lo que supo ser un arroyo desconfiado y azotador. Eres igual, desnaturalizada hasta la nadería. Ecléctica, ya no lloras. Sabes que todo signo de abundancia no es en desmedro de algo o de alguien. Sólo una conciencia de pobreza se fuga de boca sin control, de mentes obligadas a la sujeción de los siglos.
Ya no imploras a tus dos hijos de venidas mentirosas para Navidad o Año Nuevo. Ingrid es la que lleva los genes de tu ex marido. Ese, que apareció un buen día trajeado de azul, con una camisa celeste y corbata negra, con aquella gorra de policía entre las manos. Lo trajeron unos compañeros dentro de un cajón de roble con una medalla de honor: “cada cual es tan miserable como cree serlo…”-murmuraste doliente.

Unas casacas azules y rojas corren detrás de una pelota y recuerda a luchas intestinas entre unitarios y federales. Sin ganadores ni vencidos, como en la canchita. Cuando el sol se pierde por la escabrosa ladera, tu mente fija un buen punto para ubicar un mangrullo. La belleza se pierde en el laberinto de la memoria y ambas son impulsoras de inmortalidades.
Desencantada, eres la extensión de tu pasado y te avergüenza, los recambios amorales.
¡Ah, volver al estado primitivo! Te pesa la vida. Es tu parte humana de la que nunca reniegas.
Reponer la ropa en el tendedero . Ordenar los enceres de la casa. Metódica con la cisterna del retrete. En el camino de Freíd, equivales a la tendencia de la repetición y a la de restaurar.
Tus gafas y tu mesa de trabajo. El armazón sostiene la hornalla para el improvisado colero. Los pinceles. Un trapo siempre limpio y la rutina para una operación de encolado prolijo. Serán pinceladas sin grumo sobre la tapa, luego la solapa. Reforzar el lomo del libro y el capitel. El dolor por una hoja de guarda faltante o de varios fascículos de hojas sueltas.
Preparar más líquido pegajoso. Otra punta doblada sobre la puntera y forrar con esmero. Otras veces el tejo o el nervio necesitan un retoque. De la tendencia a la repetición y equivalente; esos libros dormirán de pie por la noche.

Ahora entras al baño por el vado de la intimidad prejuiciosa. De frente al espejo te palpas de mamas. Te pones el camisón. Pocas lágrimas y demasiado pelo. Me presientes. Te metes en la cama y te mueres otra vez. Lejos de toda lujuria, puedo asegurar que me has llamado…-¡ Oh, dulce Thanatos..!

Desgajada por dentro, debo quitarte el aliento para apagar tu luz. No me avergüenzo. Por la mañana predispuse dejar cada libro en su lugar.

Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)

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