jueves, 20 de septiembre de 2007

Bertha, de la tendencia a la repetición


(2º Premio Nacional de Narrativa-Arg-2003)

Ahora entras la baño por el vado de la intimidad prejuiciosa. Frente al espejo inflexionas tu cara. Te palpas de mamas. Te pones el camisón. En la bacha quedan dos lágrimas y demasiado pelo. Sabes que mi agresividad y tu prédica son contradictorias., que en tus cuatro paredes no estoy confinado y que sólo sigo mis propias leyes de autocompasión. Te metes en la cama y te mueres otra vez.
Amas la lectura. No te incomoda ese rito nocturno de apilar libros y diseminarlos bordeando el pie de la cama. Según tus reglas, algunos serán releídos en la mañana como toda reparación que necesita de una actitud voluntaria.
Me temes. Yo admiro tus silencios. Me incitas ignorando que las horas contigo me llenan de abundancia.
Tu juego. Un lapso de quince minutos para releer hoy a Emerson: “finjo distraerme con lo que veo o con las ideas que leo, pero realmente, no me distraigo…” Pessoa también cayó de contratapa y es su turno: “·…este episodio imaginario que le llamaron realidad…” Luego, de tu casa a la biblioteca, de la biblioteca a tu casa. Traes, cuidas, arreglas y te moran mundos llenos de palabras. Mido tus pisadas. Enebro tus cadencias. Te observo aferrada a la carosis de la tarde sobre el ripio que esconden siglos de tierra recalentada.
Es la hora de la siesta, cuando se la mitiga previa ojeada tras los visillos de una medrosa ventana. Ir juntos por la calle principal. Querer ocultarnos del sol a sabiendas de que se la riega al atardecer, para que los habitantes del pueblo puedan desafiarme al calor de la noche.
Un puente remodelado es el único ingreso a la otra civilización; una especie de puerta asfaltada con esmero para tomar el camino largo a la conquista de los sueños como lo hicieron otros cientos, otros miles. Los que nunca regresaron.
Te conozco. Así como en la selva numerosas plantas buscan la luz adaptándose morfológicamente para llegar a las zonas iluminadas, así eres tú, Bertha…

Cuando estamos impregnados al cansancio de la tarde, siempre te acuerdas de la lluvia, de la chasca, de tu enmarañado pelo suelto. Por capricho geográfico, la laguna lindante al arroyo sew fue secando. Por esos años, una tala devastadora obligó a deponer toda censura. Eres parte de casi nada.
Colonia de inmigrantes, descendientes de alemanes y austriacos ordenados, consecuentes de su cultura, nunca entendieron el infesto con la criolla, a la resultante, mestizos entre creyentes protestantes y supersticiosos, trabajando por lo que le dan, teniendo a febo como único testigo. Esa caterva siempre me nombra, como un castigo misericordioso cercano a la tortura por querer seguir respirando.
Villa La Merced; pueblo con historia con gente sin lectura. Semidesierta, los animales abusan apretujados en hilos de agua de lo que supo ser un arroyo desconfiado y azotador. Eres igual, desnaturalizada hasta la nadería. Ecléctica, ya no lloras. Sabes que todo signo de abundancia no es en desmedro de algo o de alguien. Sólo una conciencia de pobreza se fuga de boca sin control, de mentes obligadas a la sujeción de los siglos.
Ya no imploras a tus dos hijos de venidas mentirosas para Navidad o Año Nuevo. Ingrid es la que lleva los genes de tu ex marido. Ese, que apareció un buen día trajeado de azul, con una camisa celeste y corbata negra, con aquella gorra de policía entre las manos. Lo trajeron unos compañeros dentro de un cajón de roble con una medalla de honor: “cada cual es tan miserable como cree serlo…”-murmuraste doliente.

Unas casacas azules y rojas corren detrás de una pelota y recuerda a luchas intestinas entre unitarios y federales. Sin ganadores ni vencidos, como en la canchita. Cuando el sol se pierde por la escabrosa ladera, tu mente fija un buen punto para ubicar un mangrullo. La belleza se pierde en el laberinto de la memoria y ambas son impulsoras de inmortalidades.
Desencantada, eres la extensión de tu pasado y te avergüenza, los recambios amorales.
¡Ah, volver al estado primitivo! Te pesa la vida. Es tu parte humana de la que nunca reniegas.
Reponer la ropa en el tendedero . Ordenar los enceres de la casa. Metódica con la cisterna del retrete. En el camino de Freíd, equivales a la tendencia de la repetición y a la de restaurar.
Tus gafas y tu mesa de trabajo. El armazón sostiene la hornalla para el improvisado colero. Los pinceles. Un trapo siempre limpio y la rutina para una operación de encolado prolijo. Serán pinceladas sin grumo sobre la tapa, luego la solapa. Reforzar el lomo del libro y el capitel. El dolor por una hoja de guarda faltante o de varios fascículos de hojas sueltas.
Preparar más líquido pegajoso. Otra punta doblada sobre la puntera y forrar con esmero. Otras veces el tejo o el nervio necesitan un retoque. De la tendencia a la repetición y equivalente; esos libros dormirán de pie por la noche.

Ahora entras al baño por el vado de la intimidad prejuiciosa. De frente al espejo te palpas de mamas. Te pones el camisón. Pocas lágrimas y demasiado pelo. Me presientes. Te metes en la cama y te mueres otra vez. Lejos de toda lujuria, puedo asegurar que me has llamado…-¡ Oh, dulce Thanatos..!

Desgajada por dentro, debo quitarte el aliento para apagar tu luz. No me avergüenzo. Por la mañana predispuse dejar cada libro en su lugar.

Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Regresa


"Regresa con frecuencia
y tómame,
amada sensación:
regresa y tómame.
Cuando despierte
el recuerdo en mi cuerpo,
y el antiguo deseo me recorra
la sangre,
cuando los labios
y la piel recuerden
y sienta aquellas manos
que aún me tocan,
regresa con frecuencia,
y tómame en la noche
cuando los labios
y la piel recuerden..."

Kavafis /Modi

Que enredas....


“Que me enredas
y me tejes
en la tela fina,
transparente,
invisible.
Imposible romperla…
Que me enredas…
Flotando
en tu nube
me veo de pronto…
¡Tan difícil bajar!.
Que me abrazas,
que me besas…
Que me dejo
mojar…”

Carmen Hernáiz /Modi

martes, 11 de septiembre de 2007

Mis maduras dudas...


"Ahora
que he perdido el sueño
¿Morirá la noche para mi..?
Ahora
como nunca tan unido al silencio
¿Podré mirarla y recordar lo que vi..?

Luego
si entornara los párpados
y de la sombra se deshojara,
si su cuerpo
átomos en transparencia
y por mis manos se despertara
¿Podré acaso revivir de su boca?

¡Cuánto dolor que enreda
y me cauteriza como madura vena
en la piel de mis dudas!.

Norberto Aige Marinelli

A tu espalda...


"A tu espalda
llego con mis dedos
Te dibuja
mi mano,
cierra heridas
Anhelo
de tu cansancio
A tu espalda
llego
con mi boca
Te sabe mi aliento,
enmarañado
Torrente enfebrecido
de mis labios.
A tu espalda
la amo, angustiado
Te descansa
la vida, los vicios,
Y tus miedos
y los míos, anudados..."
Norberto Aige Marinelli


El cuerpo de los cielos (cuento)




(3º Premio Certamen Nacional de Narrativa)

1978. Domingo. Hora 11. Costa al sur de la provincia de Buenos Aires.

Era mentira que el cuerpo lo haya encontrado el insufrible de Tino. Fueron las hermanitas Reyes quienes lo hallaron esa mañana, a la orilla de la playa. Lo sé, porque estuve allí. Lo que pasó, fue que, mientras la jóvenes paseaban su hastío a esa hora de la mañana, Tino las observaba desde las dunas con la excusa de buscar algún objeto perdido entre la basura que tira la gente. Enloquecido bajó hasta las chicas y les apuntó con un dedo sucio, !Chito,eh...! Al muerto lo encontré yo...!- dijo amenazante, mientras saltaba como un resorte y se perdía rumbeando hacia el camino largo. Esta vez no lo acompañé. Prefería estar junto a las jóvenes, aunque no sabía bien si tiritaban por el fresco de la mañana o el miedo a los hechos que sobrevendrían. Serían horas de larga espera, muchas horas de estúpidas preguntas y futuros días de escasas respuestas. ¿ Y para qué? Para nada. Porque todos sabían la verdad de la cosa. Pero, bueno. Yo preferí husmear entre las ropas. Miré de cerca el cadáver y lo saltee varias veces. Yo nunca tuve asco. Siempre me dominaba la curiosidad. Si alguien andaba a los gritos o insultos conmigo, me abría por un rato y volvía al ataque.



Mientras la mayor de la hermanas se recriminaba por su mala suerte, la menor vomitaba detrás de un pastizal. Suerte que esa playa era sucia y poco concurrida. Lo que dije. Yo sabía como iba a terminar esto porque ya lo viví varias veces. El torpe de Tino correría por el camino largo hasta el pueblo donde pediría permiso para hablar con el intendente.¿Cómo y por qué lo iba a atender? Por el código. Ese código que sólo lo conocían unos pocos, los que manejaban los asuntos como este. El intendente llamaba al jefe de policía, el comisario al alcahuete de Perea, un agente adulón que le comunicaría por lo bajo al jefe de bomberos y a Cuatrocchi , un médico contratado que hacía las veces de forense. El resto se enteraría minutos después. Era un círculo medio cerrado que ese día se convertiría en un circo más que grotesco. -¡Discúlpeme, intendente!.- le diría la sirvienta- pero, afuera está el pesado del Tino...y dice "que los cielos se abrieron". El pobre hombre se agarraría la cabeza e insultaría por lo bajo. -¡Que puta suerte, carajo!- Decíle que se vaya, y que ya sabe adonde..- La empleada, lo tomó por el lado despectivo, pero era en sí , una orden. Y el tarambana sabía donde ir. ¡A ver, Perea..! -Diría el comisario.-¡Conseguíte un par de bicicletas que voy a mover los huesos..! ¿Y por qué dos..? -preguntaría el adulón con sorna.-¡Porque venís conmigo..!! Orden del médico..! Como bicicletas no tenían, montaban cualquier cosa parecida que se apoyara en la pared. A nadie le interesaba, si días después en el periódico local, el encabezado decía: "Aparecieron abandonadas bicicletas robadas en plena Comisaría". Eran las reglas de juego de esos tiempos.



El intendente, tipo grandote, con cara de pocos amigos y desconocedor de los buenos modales, vendría por el camino largo con su chofer. A éste, lo mandaría de vuelta y él bajaría por un camino entre las dunas hacia la playa. El asunto, según decían, era no molestar "el avispero".
-¿Lo ridículo?. Ver llegar al comisario y a su agente en los rodados, casi siempre, viejas bicicletas con canastos destartalados y para colmo, bicicletas de mujer. Eso lo enfurecía . ¡Hay que ser boludo, hombre..! - Caramba, ¿Cuándo nos vamos a organizar?- Mientras hacía lo posible para que sean llevaderos esos momentos, las chicas cada tanto me llamaban la atención o hablaban por lo bajo.
Más se poblaba el lugar, más impaciencia se respiraba. Cuando el intendente vio el cuerpo de cerca, éste se movía a gusto y placer de la marea.-¿Nadie lo tocó, no..? De tocarlo, ni hablar. Eso era exclusividad de Cuatrocchi. -¿Alguien lo conoce al finado...?- preguntó el comisario. Era la gran pregunta para dar una orden capciosa. ¿Le avisaron a doña María, jefe?. Doña María era la curandera del pueblo. Si ella no lo conocía, no lo conocía nadie. - Che, Perea, ¿Le avisaste a la vieja...?- El agente asintió con la cabeza, mientras empalidecía al ver el cadáver en estado de putrefacción. Cuando el jefe de bomberos llegó acompañado con el cuartelero en una pick up privada, salvo las chicas, nadie se sorprendió que vinieran con las manos vacías. La escena era repetitiva; el que llegaba veía el cuerpo con más miedo que sigilo, con más curiosidad que profesionalismo y terminaba de espalda y a las arcadas. Fue una de las chicas quien preguntó porqué nadie traía una camilla o manta para cubrirlo.-¡Ya estamos en eso, nena!-dijo el intendente atado a las estrictas reglas que ellos mismos habían creado y, no faltaba mucho para que se pudriera el misterio.



Resultó que Cuatrocchi cumplía años y la mujer no le daba permiso para salir hasta después de la sobremesa. El comisario lo sabía y se tragó el sapo .
El intendente estaba furioso -¿Qué pasa que el cura tampoco viene, carajo...? -protestó. -¿Pero miró la hora, compañero?-respondió el jefe de bomberos. Era domingo y el cura estaba dando la misa. El, también fue siempre parte del circo. -¡Padre, padre....-murmuraba el monaguillo con iglesia llena-¡Hay un hombre que le hace señas como un loco...-
El curita, un tipo calvo y debilucho, miró al infeliz. Tino, haciendo gala de su pésima condición de mimo revoleaba las manos; techo y piso, techo, garganta y piso, piso, techo y garganta. El cura fue más sencillo. Le hizo dos señales; la de la cruz y ¡Rajá! Quedaba avisado. Tino salió a los empellones.
Gaspar era el presidente de la cámara de comerciantes del pueblo y llegó a duras penas de la mano de sus hijos de cinco y siete años. -¿No dijeron que teníamos que disimular?-dijo jadeante con total inocencia.
En vano cabía alguna recriminación.-!Es domingo, así que no me jodan...!- El desorden ya era amenazante y había que tomar medidas. Sin médico forense no podían mover el cuerpo. Bueno, podían hacerlo, pero esta vez había testigos: la dos chicas. Habría que traer una camilla y llevarlo hasta el hospital. Demasiados curiosos.



La idea fue siempre guardar el secreto. A nadie le gustaba meterse en problemas si estaba ocurriendo, lo que siempre sospecharon. Sí, mejor que el avispero siga dormido.
Debiéramos estar de acuerdo con que el hombre es un ser tan incrédulo como inocente, que pone sus ideas al servicio de su ego. -Estamos como para rascarnos, ¿no, intendente? -dijo el comisario mirando su reloj. Todos esperaban una idea brillante para sacarlos del atolladero; un muerto, domingo al mediodía, la selección jugaba un partido amistoso por la tarde, algunos testigos, y encima Cuatrocchi era un dominado.
-¡A ver, vengan para acá, tenemos que discutir los detalles..!-ordenó con firmeza el intendente. Era ese tipo de deliberaciones de la cual sólo participan los que tienen alguna jerarquía para poder demostrar, vaya a saber que cosa. Si yo lo sabía, es porque lo viví antes, en serio. -¡Vayan ustedes dos y traigan todo, ¿estamos? -
Los que corrieron entre las dunas, subieron a la pick up y tomaron el camino largo hacia el pueblo eran los de siempre, Perea y el cuartelero. En media hora volverían con el tablón, un par de caballetes, una docena de sillas y algo para comer. -¡Qué el asado sea tierno, eh...!! Y una frazada para tapar al finado, carajo...! gritó el jefe de bomberos mientras me miraba con recelo. Estaba salvado. Al parecer contaban conmigo.
Entonces llegó doña María, la curandera que, por culpa de la artrosis, la pobre se movía con dificultad ayudada por un bastón que se clavaba en la arena y la hacía renegar como a una loca. Menos mal que la sostenía de la cintura una sobrina, que justo estaba de visita ese fin de semana.



Creo que fue al intendente que se le escapó "su puta suerte" cuando casi ligo un escupitajo del comisario si no hubiera estado atento. Todo se pudría más, encima, nadie conocía al muerto. La curandera después de mirar el cadáver, balbuceó unas palabras por lo bajo como rezando y terminó el ritual con la señal de la cruz. Se dio vuelta con dificultad y retó al intendente porque estaba fumando.¿Dónde quedó el respeto, caramba.
En ese momento, lo recuerdo bien, alguien apareció por el sendero entre las dunas y se acercaba ajeno a todo. Era un hombre robusto, de estómago abultado, que traía su torso desnudo, lleno de pelos y camisa de chofer en una mano. Como todo curioso, miró de lejos e intentó irse más rápido que cuando vino. Pero las reglas eran tan claras como falsa la cordialidad. El problema potencial, era el camión sobre el camino largo. Para ellos; "camión igual a bandera de remate" El camionero se negaba a moverlo si él no lo manejaba. Además nadie se atrevía a acompañarlo. Podrían pensar que uno quería rajase para no volver. Fue cuando lo invitaron a comer "un asadito".
Para el pobre hombre era como la eucaristía, el principio de la última cena, pero a pleno sol. No era todavía mediodía cuando los chicos comenzaron a fastidiarme con su actitud y doy gracias a mi discreción, por no perder la postura de mero observador.



Las chicas, incluyendo la sobrina de doña María, se separaron de los mayores y se apoyaban mutuamente por el mal trance que les tocaba vivir. Gaspar, el comerciante, repartió su tiempo entre preparar el terreno para hacer el fuego y comparar los precios de flete con el camionero.
El chofer ya dudaba si estaba despierto o era una pesadilla de la cual rogaba salir ileso. Dicen que todo tiene su causa y efecto, incluso la tragedia. Tal vez por ello, Reyes, el padre de las hermanitas y temiendo lo peor por la demora, apareció con la cara larga, con un par de sillas en cada mano. Atrás venían el agente cargado de paquetes y el cuartelero, con un tablón sobre los hombros. Ya era un secreto a voces. -¡Sí, se pudrió todo..! se dijeron el intendente y comisario con una rápida y ácida mirada. -¡Salí a buscarlas y los muchachos me contaron todo...!
La curandera estaba sentada en un montículo de arena, como no había sombra renegaba del calor. Su aspecto despatarrado era tragicómico. Lo primero que hicieron después de respirar profundamente, fue retirar el cadáver unos metros fuera del agua y cubrirlo con una manta.
Mas tarde, mientras las mujeres preparaban la carne y buscaban el mejor lugar para montar los caballetes, y que los hombres empezaran a especular sobre los resultados del próximo mundial, el increíble adelanto de la televisión en colores y la Argentina que tenía un gran futuro, yo miraba en el horizonte, un avión de la fuerza aérea que cruzaba el inmenso océano como pájaro de mal agüero. Desde ese momento, nadie más se acordó del muerto.
Faltando poco para la sobremesa, llegó Tino, entre agitado y furioso, sacó a relucir su baja estima. -¡Claro, soy el rey de los tarados. ¿no? ¡Siempre me dejan afuera..!. Como la única respuesta era un coro de risas, el insistió.-Total, ¿No soy el boludo del pueblo?. Cuando lo calmaron, ya nadie comía salvo el angustiado Tino y yo, que hacíamos honor a las sobras. El tablón había resultado chico y algunos siguieron la conversación de para do, pero todos sabían que se podía hablar de todo menos de política.



-Doña María, la veo cada día mejor... créame -mintió el intendente mientras ella pretuntaba cuanto iba a durar esta parodia. -¿Cuatrocchi..? ¡El "tordo" además de dominado, es un cornudo..! -remarcaba el jefe de bomberos al comisario que estaban "calentitos" por la tardanza. -¡Fede.!! Lalo..! - Gaspar, llamaba la atención a sus hijos,-¡Dejen en paz al finado...! Pero ninguno le hacía caso y seguían saltando una y otra vez sobre el cuerpo desconocido. -Hago Comodoro-Buenos Aires, pero vivo en La Matanza- trataba de congraciarse el desorientado camionero con el comisario.
-¡Lo que pasa, es que el cura se puso exquisito..! - metía la cuchara Tino, mientras el papá de las chicas intentaba calmarlas para que no rompieran a llorar. No miento. Más o menos no habría pasado una hora, cuando llegaron Cuatrocchi y el Padre Mario. Era demasiado tarde. El avispero no pudo ser controlado y el infierno se había desatado.
Para estacionar el auto, tuvieron que caminar como trescientos metros y la"vuelta al perro" era incesante. Para encontrar a sus amigos estrategas buscaron, desde las dunas más altas algún punto de referencia en medio del gentío. El tablón ni se veía, había sido superado por el amontonamiento. Lo mismo le pasaba al cadáver. -¡Padre, devuelva la pelota...! - gritó un muchacho en medio de un improvisado torneo de voley playero. -Mi mujer tiene razón, no sirven para nada...- se dijo Cuatrocchi mientras el cura le agarraba de la mano para no caer en estado de pánico. -Solo Dios sabe si habrá elección de reina..-alcanzó a murmurar el curita. - ¡Doctor Cuatrocchiii..! ¡Ehh, Padre, por aquí...! gritó el vendedor de golosinas que hacía su negocio y a la vez de improvisado Cuando llegaron al lugar de reunión, el intendente estaba furioso. -¡Decíme, Cuatrocchi, ¿Sos o te hacés? -¡Hay que ser desgraciado para tener un muerto domingo por medio, ¿no le parece, intendente? El comisario se la agarró con el sacerdote: ¡Padre, hay que ponerse las pilas, ¿no le parece?- -Lo que me parece,-respondió el cura- es que alguien me quiere joder la vida .¿No serás vos?.



Desquiciado, el comisario sacó de entre sus ropas una pistola 45 y apuntó hacia cualquier parte.-¡A mí tampoco me van a cagar la vida, carajo..!- gritó desafiante a quien quisiera oírle. El disparo, que sonó seco, me estremeció todo el cuerpo, al tiempo que me agazapaba en medio de tanta locura. Y no fui yo quien salió corriendo. El desparramo de los curiosos no dejó lugar sin pisotearme.-¿Quieren disciplina? ¡Aprendan, mierdas...! vociferaba el comisario enloquecido justo cuando apretaba otra vez el gatillo. El segundo disparo trepidó tan cerca que quedé paralizado. Después me enteré que fue el intendente quien le pegó un puñetazo en plena quijada, dejándolo pasmódico y boquiabierto en la arena.
Para entonces, reinaba el desconcierto. La pequeña playa, de las dunas moldeadas por sueños y voces durante cientos de años, donde las parejas hallaban la calma para saciarse con tanta luna, era un lienzo digno de puro surrealismo. Quienes vinieron a aquietar su curioso morbo ante un cuerpo en plena descomposición , lo habían logrado. Lo cierto fue, que los cielos se abrieron estigmatizando a futuras generaciones.
Poco después se escuchó la voz desgarrada de Cuatrocchi.-¡No veo, no veo...!-¡Dios mío, estoy ciego...estoy ciego.!- El cura sentado a la buena de Dios, que primero no hacía otra cosa que persignarse, entró en shock y quedó petrificado. María, la curandera, que se arrastraba con el corazón en la boca, tanteaba con las manos enterradas en la arena buscando el bastón perdido. Cuando lo encontró, fue toda furia contra el comisario. -¡Policía del demonio, tenía que ser..!-gritaba bastoneando El intendente, ya harto, le alcanzó los anteojos de gruesos marcos y vidrios rotos a Cuatrocchi y lo llevó a los empellones donde estaba el cadáver, dándole patadas en el trasero. La frazada, en medio de desorden, había sido robada y ahora el cuerpo estaba boca abajo. -¡Un verdadero desastre, carajo...! ¡Ponete a trabajar, cagón de mierda...!



Cuando todo se calmó descubrieron que los testigos habían desaparecido. Solo quedaban las autoridades y el malmirado de Tino. Doña María se iba como había llegado, sufría y bajaba santos ayudada por su sobrina . -¿Yo? Yo los observaba desde lejos, expectante.
El pobre de Cuatrocchi trabajó sobre el cadáver sin quitarse el pañuelo que apretaba contra la nariz y la boca. Acepté el silencio que flotaba en el ambiente como un signo de beatitud. Emocionalmente quebrado, vomitó por unos minutos y rompió a llorar. La destrucción y mutilación del cuerpo era total. El alto grado de abrasión de piel mostraban signos de mordeduras y de quemaduras eléctricas. No había agua en los pulmones. Sus pies y manos ya no estaban atadas. Ese hombre de unos 20 años, era una masa amorfa de piel abierta cubierta de parásitos y de huesos molidos.
El intendente ensayó un abrazo pasándole la mano sobre los hombros al pobre Cuatrocchi, y preguntó con bronca contenida, ¿Es un cuerpo de los cielos, no?- Yo siempre dije, que los hércules sobrevolando la zona eran pájaros de mal agüero. El padre Mario rezó una plegaria arrodillado mirando hacia arriba e imploró piedad.
Corrí hasta la orilla y me mojé la cara con el agua salada. Me vinieron arcadas y no supe a quien culpar de mis temblores. Tino me pegó un silbido y lo seguí. Tino era mi único amigo. Chapotee con las patas el agua y me alejé mirando la puesta de sol. Lástima -me dije- que no distinga los colores. Atrás, levantaban el cadáver que terminaría olvidado en una fosa común.
¡Que vida de perros la de los hombres..!




Norberto Aige Marinelli


(Derechos Reservados)

Consejos Inquisidores para una mujer en viaje... (cuento)


(2º Premio Nacional de Poesía y Narrativa-Argentina -2003)

Sal a la ruta como lo tienes decidido. Ponte el cinturón de seguridad y no abuses de la velocidad. La ruta es peligrosa, no te distraigas. Haz los cambios precisos y controla el tablero. Asegúrate de no olvidar nada. Espera el momento y rebasa el auto. Si tienes que elegir, convéncete que perder unos minutos más puede salvar tu vida. Aléjate de los peligros. Alguien haciendo dedo puede resultar una trasgresión a tus principios. Ignóralo. Estás en una etapa de tu vida muy importante y tu agenda no lo permite. “Mejor sola que mal acompañada, dice tu madre.” El mundo está esperando que bajes tus defensas.
No te apiades en un accidente ya que otros se encargarán. Tú sigue adelante. Eres ejecutiva y tienes que vender una imagen y un producto. Además mucha gente depende de tus decisiones. Suena el celular. No lo tomes ni lo uses, es perjudicial para el conductor. Respeta las señales de tránsito. No provoques e ignora toda provocación de algunos calentones. Desde un camión dirán que tus piernas son hermosas. Que no te preocupe si descubres que las medias están corridas o se te escapa una sonrisa por esa palabra obscena que puso electricidad a tu médula espinal.
No disperses tu mente. El camino de ida te parecerá largo. Eso se compensará con la vuelta cuando las distancias se acortan. Concéntrate en la línea asfáltica. Si tu mente vuela ganas kilómetros pero tus reflejos estarán adormilados. Si tienes ansiedad, no fumes. Es síntoma de debilidad. Modera tu tensión con un mantra o pon la música que te seduce. Por el espejo retrovisor ajustarás tus movimientos con el volante. Usa el freno moderadamente. Se cautelosa. El temor es una falta de fe. En viaje no sumes, restes ni multipliques. Tu mente debe concentrarse para que el viaje sea placentero. El mundo está lleno de accidentes por dispensar energía en cosas secundarias. La realidad es el viaje. El vehículo acerca la distancia con tu meta. Ofrece, vende y vuelve. No hables con desconocidos, es otro síntoma de debilidad. Los sabios no hablan, escuchan. La mayor virtud es entender los silencios. Siente el dolor del viento cuando rompe contra el parabrisas. Es como tu, sigue vivo. Eres como él, mécete en el susurro de las cosas que te rodean. Pero ya es tarde. Nunca te haces caso.

A tu lado está una viejita con toga y pañolón blanco. El hombre corvo se acomodó en el asiento trasero y no disimulaste un mohín por la frazada multicolor que lleva en forma de poncho. No te mortifiques. Hay un corazón que se hará cargo de tu propia precipitación. No entenderás esa función gratuita de tocata de manos ni por qué tus venas laten cual tañido de conciencia. Será solo una conversación que acompañarás con múltiples sonrisas. Te dicen que, “si el ojo está sano, todo el cuerpo está iluminado”. Significa que debes saber mirar tu luz interior. Pero miran tus manos, los contornos de tu cuerpo y la chalina de seda que cubre tu cuello, aunque desatienden tus acciones. Es signo de confianza. No preguntes. Si lo haces, estarás expuesta a una trabacuenta. “No te preocupes por nosotros, preocúpate más bien por ti.” Estás confundida y a menos que busques recompensa, es tiempo de ser asertiva. No serán inconsiderados y todo indicará fluir de un panegírico sobre tu hermosa figura. “Cuando eres joven tu mismo te vistes y te diriges adonde quieres, pero cuando seas vieja, extenderás tus brazos y otros te vestirán y te llevarán adonde no quieras”.
¿Acaso no fue Píndaro quien dijo: “ojalá llegues a ser el que eres?”. Pueden atacar tu autosuficiencia. En ese caso responde con la libertad de siempre. Si continúa la tocata de manos extiende la tuya. La viejita vestida de blanco posará las suyas y te bautizará; Andrósema. Te dice que estás curada. En este momento sientes fluir una cierta paz interior. No te censures. Es tu mente haciéndote otra mala jugada. Recuerda que estás poco determinada por naturaleza y que la condición humana tiene libre albedrío sobre los senderos que se bifurcan. Puedes escapar una sonrisa si crees tener un médico espiritual dentro del auto. No debes olvidar que entre todas las artes, está el de vivir en estado de gracia.

Querrás saber la hora. Hazlo disimuladamente en el reloj de tablero. Si el hombre corvo desea que te detengas busca un lugar público. En un parador estará bien. “Es muy arduo ser franco y bueno”. Nunca sabrás quien lo dijo, pero esta tarde son tus palabras. Aprovecha para cargar gasolina y que limpien el parabrisas. Cuando pagues, recuerda lo que siempre dice tu madre. Vigila que nadie observe tus movimientos. Que no te sorprenda si tus casuales acompañantes son reconocidos. Ser dubitativa es otro signo de debilidad. Puede que los veas sentados para comer y te dejes llevar por esa mirada cómplice de la servicial camarera. Vana es la palabra que no remedia ningún sufrimiento y es bueno quedarse callada. Tendrás que esperar unos diez minutos desde que esa mujer tomara diligentemente el teléfono, hasta la llegada de una camioneta blanca con dos hombres corpulentos con cara de pocos amigos. Tal vez sean otros densos cinco minutos para que deglutan dos rabiosos sándwiches y te abracen antes de partir con el aplauso de algunos testigos. Tus preocupaciones aún no han desaparecido.
Sabes que tu mundo se alimenta de representaciones y siempre serás parte de los manuales de ensayo. A la vista, en ese pequeño plano de tu vida, hasta el arrepentimiento tiene un plazo determinado. Alguien te dice los nombres; “La Madre María y José, el carpintero...”

Sal a la ruta como lo tienes decidido. Ponte el cinturón de seguridad y no abuses de la velocidad. La ruta es peligrosa, no te distraigas. Si comienzas una tocata de manos al ritmo de la música que tanto te seduce, a nadie digas que estás en una etapa muy importante de tu vida. Tú sigue adelante.
Tampoco que tienes como amigos a dos internos de un pueblo vecino.

Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)

Con la sonrisa en la espalda...


Nota del autor: “Cuando mi madre se amigó con Thanatos, yo estaba comiendo, y en su atrición no me llamó. Recuerdo que lo último que recibió de mí, fueron algunas palabras como estas-sin el agregado de la prosa poética, claro- y que mi hija mayor la acariciaba, acomodándole los pocos cabellos que te deja la quimioterapia. Muchos lo habrán pasado o lo pasarán. ¿Por qué desviven nuestros muertos cuando no estamos a su lado? Ellos saben elegir la hora-mejor dicho-, el desangelado tendrá sus motivos. Caronte, nos cobra su moneda impiadosa: yo estaba comiendo y mirando televisión, la puta televisión, la reputa televisión…”

"¿Dices que tiendo a distanciarme con la mirada?
¿Acaso estás aquí?
Tengo que expulsar el presente para poder mirarte.
¿Recuerdas ayer, antes de ayer, hace mucho?
Éramos más que una pareja, yo ponía la espalda y tú la sonrisa.
Mi espalda se encorvó y de tu sonrisa no queda más que un triste mohín. Ambos quedamos aprisionados.
¿Dices que el tiempo es cuestión de ausencias?
Todo en él está urdido.
El tiempo te vacía la memoria como descarna las entrañas.
Las paredes nos reconocieron, de seguro aquellos árboles, pero nadie más.
El vecino de enfrente ya no está, tampoco el baldío ni la muchacha del quiosco. La fogata de San Juan se ha quemado y los amigos con su ritual.
Todo se fue pudriendo, como la irrespetuosa animosidad de la infancia.
¿Dices que es mejor hacer silencio?
Lo que posees ya no te pertenece y me queda la duda si hay algo tuyo de aquello que no posees.
Sí, quieres que me calle.
¿Acaso el astuto silencio nos devolverá la vida?
Ahora descansa.
¿Has tomada la medicina?
Yo saldré por esa puerta, iré a la cocina, comeré de unas sobras, tomaré bastante vino, miraré televisión, fumaré unos cuantos cigarrillos.
La puerta quedará abierta.
Esta noche no creo que venga. Tendremos que esperar.
Siempre juntos, ¿Recuerdas?
Yo pongo la espalda y tú la sonrisa. Ahora cierra los ojos.
Si ella viene, pasará ante mí y le pediré más tiempo.
Si me quedo dormido, grita.
A la muerte hay que pelearle, no te vayas a olvidar..."

Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)


Pensá, Étor, pensá.... (cuento)


Escapás. No sabes de quién ni porqué. Mejor dicho, no lo recuerdas. Te da lo mismo. Supones que huir es siempre renunciar a algo o a alguien. De no mediar arbitrariedad, diría que es por el miedo de perder a conciencia lo que ya has perdido, allá, en el nirvana inconsolable. El sol abrasa, te enerva y tu infancia se te viene encima. El zanjón. Lo cruzas subrepticiamente con mirada periférica. Te eyecta su olor amistoso e inconfundible. Pero, ¿cuál olor si ya no tiene? Es la estúpida costumbre de no aceptar los cambios. Corres, porque el presente te sigue, flaco, alto y sonso. Hijo de italianos robustos y sanos que no quiere que las cosas perduren tal cual las ve o las vive desde la primera vez. Te gustan los árboles sin podar de la Plaza Casado, el viejo puente de la Ovidio Lagos y hasta este zanjón oloroso que atraviesa lo que queda del parque reverberante de los fines de semana, y que de estancado, no tiene vida. Si apenas gemía durante las inundaciones. De allí que lo ensancharon, pero para vos, Étor, lo arrancaron de raíz. Triste destino de que siempre los pobres sufran las inundaciones. Ahora escapas de esto y de aquello. Estás agitado y miras la camisa sucia y empapada de sudor. Te repetís mil veces que no llueve. Es la transpiración, flaco sonso. Las cosas van de mal en peor. Ya no distinguís con claridad. Los ojos se te nublan por rabiosas lágrimas y eso te enfurece, y será tu puño derecho que las arrancará frotándote con fuerza irritante. Ahora cojeas. Tampoco sabes porqué y no vale un segundo de tu huida para comprobarlo. El cuerpo te molesta demasiado. Alguna vez fue la voz de tu vieja que te había aconsejado que el mal duele, mientras eso no ocurra, nada puede ser grave. Hay un cruce de ruta. Es un camino largo burlado por bocinazos de un alterado mediodía. Dudas entre seguir tu carrera o detenerte. Sos ese animal embravecido y sin manada que resopla herido. Que mira y remira. Tienes que contener el aire para buscar una respiración más rítmica. Y lo haces. No hay peligro al derredor. De un taxi bajan dos personas. Están a pocos pasos pero no los conoces. Alguien habla de un intento de asesinato. Es una mujer y te mira con pérfida curiosidad. ¿Usted viene del pueblo, joven? La puta vieja te está hablando, Étor. ¿Sabe que paso? ¿Podes gritarle la verdad, Étor? ¿Decirle lo que sos, Étor? No, no podes…

– No, no puedo… Dejame tranquilo.- ¡Pensa, Étor, pensa…! Estás exaltado y tratas de ignorarlos. Todavía miras esa ruta. Esperas que pase un molesto ómnibus para cruzarla y perderte a campo abierto. La tierra y el ripio se quejan bajo tus pisadas. Es que el cuerpo pesa demasiado. Ahora comienza a dolerte. –Entonces tengo un mal…-deducís. A la mierda con el dolor, Étor. El dolor, el frío, el calor, es el contacto de los sentidos con los objetos sensorios. Todo es transitorio. Tienen principio y fin, y crees ser capaz de soportarlo. ¿Lo soportarás, Étor? Un hombre en una destartalada bicicleta intenta detenerte.
-Joven, ¿usted viene del pueblo? Contestas que no. Mentís, Étor, mentís. -¿Es cierto que hubo un asesinato?- El no sabe que no podes contestar eso porque ni siquiera te acordas. -¡No sé, no me acuerdo..!- Es la morbosa crueldad de la debilidad humana quien te está aturdiendo y te enfurece aún más. Un hombre viejo sale de la nada y te agarra de un brazo. Te delata la sangre aún caliente, tu ropa sucia hecha jirones y él espera una respuesta. Pero tu respuesta es tu mejor insulto, la mentira. -¡No, no vengo del pueblo..!- El hombre refunfuña por lo bajo y no tiene tiempo para volver al ataque. Ya estás lejos de su voz que no alcanzó a pegarse en tu espalda. Te preguntas cuánto tiempo ha pasado. Una, dos, tres horas. No tenes reloj. Nunca quisiste tener uno. Para vos fue siempre abominable discutir del tiempo, del pasado, de distancias. ¿Quién fue, Étor? ¿Quién te dijo que el pasado es la muerte del tiempo que guarda en lo más profundo, la dulce soberbia del triunfo y el sabor latente del fracaso? Tu disyuntiva consiste ahora en saber cuánto fragmento de ese pasado ha quedado dormido debajo del árbol. ¿Una, dos, tres horas…? –Es mi lucha contra el puto tiempo- murmuras. El paroxismo fluye tu sangre a las sienes y la culpa la tiene el ruido. Un simple y pequeño ruido que te sobresalta. Pero no te atreves a moverte. Esperas recostado sobre el pasturaje, cerca del casco de una finca deshabitada. Debiste cerciorarte si alguien observaba tus movimientos, pero el cansancio te ganó una vez más. ¿De donde vino ese ruido? Pensá, Éter, pensá… Primero giras tu cabeza a la derecha y luego a la izquierda. Sobre tus hombros comprobas que hay una casona derruida, sin puertas ni ventanas, desgastada por todas partes. Otra vez el tiempo, Étor… Todo lo que pensas, digas, toque o mires, tiene el sino del tiempo.

Hay amarillos pálidos y descascaradas paredes. El brocal está rodeado de maleza inútil y prepotente. Todas son señales de un lugar inhabitable. ¿Podés ver, Étor, allá, a lo lejos…? Hay algunos cerdos sueltos que intentan rodear el lugar. No, no fue es tipo de ruido. Era algo muy particular. ¿Y si fueron pasos..? Tu cuerpo, cuan largo y delgado, se pone de pie. Lo apoyás contra un árbol y tu mirada busca justificar la pronta arritmia. ¿Es la policía, Étor? ¿Qué uniformes usarán esta vez? El miedo sucumbe, Étor. Esa podrida palabra, que le llaman miedo. Miedo al castigo, a la crueldad. La crueldad del médico. ¿Cómo te dijo que eras, Éter? –No es momento para pensar en boludeces…- Tratá de recordar… ¿No te llamó paranoico? Pensá, Étor, pensá… ¿Esquizofrénico? Si, que fue cruel de verdad. ¿Cuál era aquella palabra? ¿Cuál, Étor, cuál? -¡No me acuerdo, no me jodás...!- Tu voz es desgarrada pero firme y hace eco en el amarillo, en las paredes desgastadas de la casona, en el brocal boquiabierto, en tu conciencia que vuelve a traicionarte, en la pobre muchacha. Y tus puños siguen crispados. Tenés el rostro congestionado y con la respiración en crecimiento. Nada nuevo ni especial, salvo que esta vez todo te carcome. Ese algo que te está enloqueciendo. ¿Cuál era la palabra, Étor..?

Ya no querés pensar. Ya no sos vos, ni siquiera aquél. Sos la polución de la intolerancia en el orfanato, la falacia en el hospital, el desbeber en las paredes del colegio o el amor a aquella que nunca te amó. Sos una masa amorfa dominada por la desesperación. Te dificulta distinguir la realidad y te arrastrás porque tampoco podés caminar. Es que la muchacha no entiende. Nunca pudo saber, porqué ahora una mano deja profundas heridas en su cuerpo. En el cuello, en los pechos, en los brazos. Para qué revivirlo, Étor…Es que sus rostro escuálido se debate entre el desconcierto y le arrancás un último hálito onírico, ese, que fuera reservado para algún hijo tuyo. Ese, que fuera tuyo desde el nacional. ¿Acaso no entendés de conmiseración? Tampoco lo sabés y seguís golpeando a una imagen de mujer. ¿Quién es ella, Étor..? ¿Una hermana que nunca tuviste? ¿La mujer enamorada de un amigo de tu infancia infeliz? ¿O tal vez ella, simplemente ella…? Herís y golpeás hasta que tu sadismo quede saciado. Entonces vendrá el rito desgarrante de quitarle la ropa a tirones y desnudarla lentamente.
–¿Comisario?- pregunta la periodista -¿Qué fue lo que paso..?-
-Asesinaron a la mujer del Étor…- ¿Ya saben quién fue…?- ¿Un psicópata..? ¡Esa es la palabra, Étor..! ¡Psicópata! Pero ya no te importa. Estás construyendo una cruz con elementos rudimentarios y ensayarás una especie de lápida con madera podrida. Quitarás el moho con ambos puños ensangrentados, y luego intentarás escribir algo con un pedazo de chapa oxidada que golpearás con un ladrillo. Siempre tuviste especial interés por este tipo de ceremonias. Algunas veces con unos perros, otra con un gato. Hasta tus sueños fueron enterrados algún triste día. La tumba la cavaste con las manos, con las uñas y con ese oxidado resto de metal.

La transpiración, los sonidos, los colores. No podés entender si todo es un sueño con la peor de las pesadillas. Cuando despertés, lo sabrás, Étor. Ahora tomás el cuerpo desnudo de la muchacha y te paralizás por unos segundos. ¡Tenés que mirar, Étor, mirá! ¿Cómo le llaman a esos pechos? –Tetas…- ¡No, Étor, no...! ¿Cómo la describen los poetas? – ¡No me acuerdo, carajo…! ¡Pensá, Étor, pensá...! – ¡No me acuerdo, dejame en paz…!- ¡Mirá y pensá, Étor..! ¿Lechozos, flácidos, enternecidos…? ¿Cuál de ellas te sirve…? Pero el cuerpo te pesa demasiado y recomenzás la huida como podés. Querés atravesar campo abierto hasta tocar el horizonte. Antes, no te olvidaste de enterrar la ropa de la joven.
Horas más tarde y con voz gangosa, alguien leerá torpemente: “Aquí yace una mujer, la otra viene conmigo”.


Norberto Aige Marinelli
(Derechos registrados)

El vacío, la forma y papas fritas... (cuento)




¿Por qué mi madre tenía que trabajar, se preguntará usted? Porque mi padre nos abandonó.
En verdad, yo no lo conocí. Dijo una tía mía -quedó solterona la pobre- que la única foto que tenían sacados juntos, ella misma la rompió en mil pedazos. Nunca lo bancó, sabe. Dicen que se trató de un… desliz juvenil. El asunto es que no tuve padre afectivo, ¿Me entiende? ¡Y claro, que éramos pobres! Así que, como ahora usted me escucha y tengo su atención, puedo contarle mi dolor. Porque hay que sacarlo, ¿no? Roe por dentro, lastima. Y el asunto de mi viejo, es como el cáncer; recién te enterás que lo tenés cuando ya es tarde.
Eso si, en casa no faltaba nada. La comida caliente, bueno, salvo al mediodía. Cuando venía de la escuela, en la heladera tenía un par de milanesas, papas fritas de la noche anterior, un tomate cortado a la mitad o unos huevos duros que yo tenía que ponerles la sal.
Es que mi vieja le ponía derecho. Recién cuando fui grande entendí eso de las horas corridas. Por entonces tenía unos siete u ocho años, pero ya lo sabe; no era como los pibes de ahora. Vivía prendido a la radio eléctrica y escuchaba folklore, tangos y los radioteatros, leía absorto algunas historietas mejicanas y me dejaba llevar por esas cabrioladas de vaqueros petirrojos o jugaba a la pelota con otros pibes del barrio en un campito de enfrente. Claro que todavía no estaban empedradas sus calles como ahora y la cosa tenía otro sabor especial. Se acuerda, ¿no? Corríjame si me equivoco; sólo quién es pibe y conoce la malaria por dentro y por fuera puede entender ese “aroma especial”, ¿no es cierto?
La verdad es que mi vieja le ponía duro día y noche. A media tarde salía del trabajo. Después a lavar la ropa, limpiar la casa y de vuelta a preparar la comida para la noche; lo que sobraba era para mí al mediodía. Así es como odio las milanesas con papas fritas, el huevo duro y los tomates helados, sabe… ¡No, es una broma…!
Dicen que las cicatrices nunca se van, se corren de lugar. Lo mismo pasa con los recuerdos: usted los quiere poner en un rincón oculto de la memoria y los guachos saltan como disparadores postraumáticos en el presente; en el lugar y momento menos oportuno. Como éste… ¿Lo entiende, no es cierto? ¡Y cómo no lo va a entender si usted me conoce desde chico!
¿Cuántos años dice que tiene? Y…yo tengo unos cuarenta y tantos. Así que me lleva bastante de esas cosas que da la experiencia y de los mambos infantiles. ¡Qué inocencia, por Dios…! Si hasta nos enamorábamos de la maestra…! Ahora se la comen viva. Tiene toda la razón del mundo. Por entonces, ser boludo era poco.
Bueno, no quiero desatinar la conversación. Recuerdo que fue un día que me hice “la rata” en la escuela cuando apareció el camión del papero. El tipo, un hombre fortachón y algo desaliñado iba molestando casa por casa pegando esos gritos clásicos: ¡A la papa, señora…!!Vamos, llegó el paperooo..! Yo corría olvidándome de la pelota de goma semidesinflada y lo acompañaba un buen rato con la mirada, sentado bajo un árbol. ¡Claro que era lógico a esa edad! Veo que no inflexiona su boca así que estará de acuerdo.
Ese encantamiento hizo que me ganara su confianza y unos kilos de papas también. ¿Cómo dice? ¡Claro que los polos opuestos se atraen! Me pasaba la mano en la cabeza y me decía:”Si no fuiste a la escuela, sé útil a tu madre…”. ¡Doña María…llegó el papero…! Imagínese a mí de puerta en puerta, como enganche. ¡Papas de Balcarceee..! Yo disfruté desde ese día como cada jueves que él venía. ¿Por qué? Porque cambió su rutina y desde entonces empezó a venir por la tarde. Si, quizás había una atracción de iracundia y afano por su comportamiento. ¿Cómo sabía que era buen tipo? Y, místico no era. Pero inhumano tampoco. ¿Ingrato? Eso lo sabría con el tiempo. Para mí era más bien profano, algo petulante, diría yo. Pero con un corazón grande como su camión ¿Me comprende?
Que cosa esto de la vida. Nadie te enseña a vivirla. Te largan solo a desandar el camino y cuando descubrimos que es un laberinto, es inútil volver a empezar. Ya nos etiquetaron y pusieron la hora de entierre. Son nuestros amigos y familiares, nuestros padres y maestros quienes se ocupan de decirnos como representar nuestro papel. ¿Y mucho para elegir no hay, no? Tiene usted otra vez razón. Mitad cordura, mitad locura. Esa especie de equilibrio, dicen.
Fue un jueves cuando el morocho del otro barrio le pegó un pelotazo en la puerta del camión. Pero el papero me agarró a mí de los pelos y me abofeteó. ¿Cuánto sabía mi madre de éste hecho? Mucho. Fue una comadrona de vecina que le botoneó a mi vieja. Si, incluso que me hacía la “chupina” y de trabajar para él. ¡Pero cómo iba yo a saber que se conocían! Si, uno nada en la nada. Pero eso lo aprendés con lo años. Fue entonces cuando vinieron los gestos. El ingrato impuso que comiéramos papas mañana, tarde y noche.
¡Por supuesto que un buen día faltó a la cita! Creo que se debió a una discusión con mi vieja, no se. ¿Mis sentimientos? Eso de bronca, rencor, hastío, te ennoblece cuando se sabe la verdad. Con el paso de los años, aquella casa rodeada de tejido de alambre, con patio descuidado y llena de plantas frutales, una pieza para mi vieja y yo, unas paredes que desde el techo prendía una regadera y salía agua fría para bañarme y el “fondo”, a casi un kilómetro de distancia, es una cicatriz más que se viene corriendo.
¿Sabe…? Me pone mal, esto de hablarle de mi infancia. Es cierto aquello de que “la vida es un constante ensayo; de lo contrario sabríamos que hacer, donde ir y qué decir…” Porque ya no sé que decirle. Son buenos recuerdos, descuide.
Ahora que lo vuelvo a encontrar y metido en un ataúd, con esa fina mortaja y escuchándome, créame: me hubiera gustado tener un padre como usted.
Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)

Contra la pared (cuento)




Estaba sentado en el suelo y apoyaba la espalda contra la pared.


Le resultaba cómoda esa posición y siempre se repetía que era mejor tener la espalda cubierta. No era lo mismo desde el cordón de la vereda que contra la pared. Desde lejos las cosas se ven mejor. Además cuando se tiene el “bobo mental” enfermo uno sabe cuánto lexotanil ve pasar y cuándo se transforma en arte comprender si el blanco es más blanco o que también el negro puede tener un ángel que lo guíe. Hoy, como tantos otros días miraba desde allí. Las mismas poses hipócritas por seudo convicción, realizadas en un medio ambiente creado por el hombre mismo, obligado por un ambiente medio fariseo, de supervivencia, nomás. Ja!
Calles largas y sucias, otras limpias, las menos. No hace falta ser muy ducho para darse cuenta que a un ovillo de lana si se la llena de palabras termina por ser mudo el mensaje y que las estocadas esparcidas se quedan en el enredo. Es el ritual de la contemplación. Hombres y mujeres bien vestidos y otros desarreglados. Algunos sucios, otros limpios, lo menos. Rostros escuálidos con muecas de consumado cinismo y rostros etéreos, los menos. Siempre en la misma posición con la mirada entre absorta e indiferente, seguía lo que llamaba: “desenlaces con vistas monótonas de hechos triviales”. Al parecer hay un virus que está desollando la otra palabra. Su perspectiva de realidad daba ahora con una casa, pero en un abrir y cerrar de ojos se transformaba en edificios. Lo vetusto y lo sencillo, pasaba estéticamente a lo ampuloso. Llamativos, imponentes pero fríos, la mayoría.


Es el asombro de ayer con la tragedia de hoy, se dijo. Un automóvil, luego otro, carros, muchos para ellos. Más hombres y mujeres en las calles, que de tanto en tanto, le saludaban o se detenían con intención de hablarle. Cuando alguien quería decirle algo, siempre pasaba lo mismo, las voces desaparecían bajo una música o algún ruido extraño. Es el otro lenguaje. Lo mismo ocurría

con las figuras. Una oda de confusiones. Del saludo al beso, del aplauso a los empellones. Y de la soledad a la indignación popular que pende por el fino hilo de la intolerancia, recordó. Mero circo, como la rabieta femenina que se calma con promesas de buena conducta.
Un individuo con ropa costosa, bien parecido, con pelo corto bien cuidado, intenta entablar conversación pero él no corresponde. ¿Para qué?, pensaba, mejor pasar por distraído. No sea cosa que venga de político y lo comience a fastidiar. Y tiene razón el pibe; existe una estúpida mueca de alabanza en todos los corruptos que los venden, esa máscara que permite mover los músculos faciales para un solo lado y a los ojos por otro. Es una sensación desagradable. Además tienen esa rara repugnancia de contradecirse con la memoria colectiva, se repetía. Vuelve a oír la música. Sabe que le gusta pero no se pregunta ni trata de averiguar de donde viene. Algo comienza a fastidiarlo y salta de la abúlica realidad sobre un millón de imágenes. Pero ahora no. Ahora hay desidia por esa mujer madura que lo provoca con sus gritos. Debe ser miserable, pensó. El rico cuando se enoja, su descontento es con decoro, el pobre en cambio, su descontento para de la cólera a la conformidad de promesa.
No resiste. Irascible se levanta y camina hacia la mujer y levanta su mano izquierda hasta colocársela en pleno rostro haciéndole los cuernos. Signo indigno para todo loco idealista que se precie de educado. ¡No me explico, no me expliquen, no pidan que piense, no duele más nada..!, se dijo convencido. Fue entonces cuando una niña vestida de azul se puso a cantar desde un escenario improvisado: “nadie fue el entierro del último poeta y por Internet se anunciará al próximo profeta…”.
De pié, harto y con gesto disconforme se vuelve premeditado y pregunta: ¿Vieja, apago el televisor…?
Norberto Aige Marinelli
(Derechos Reservados)